Hay verdades esenciales del ser humano que han quedado registradas históricamente en el arte. De forma distinta, según las posibilidades expresivas de cada disciplina artística, pero siempre todas apuntando a la humanitas, es decir, a aquel viejo concepto de los romanos, heredado de los griegos, que refería la formación e instrucción artística como parte vital de la formación integral de una persona.
La danza, como una de las disciplinas artísticas por excelencia, encarna en sí la posibilidad del cuerpo humano para desplegar toda su potencialidad como un acto de libertad sublime que canaliza la fuerza del ser en su integridad: corporal, mental y espiritual, lo que naturalmente aflora desde el más mínimo gesto.
Y esto adquiere un matiz mayor o especial cuando observamos cómo los maestros de danzas antiguas fueron registrando pacientemente cada uno de estos movimientos. De lo cual destacamos tres momentos: En el siglo XV en bellos manuscritos ornamentados con mucha prolijidad. En el XVI, impresos por medio de la “tecnología” de Gutenberg. Y en el XVII, mediante el sistema de notación Feuillet, sobre la base de signos y símbolos.
Este largo período histórico, de 300 años aproximadamente, tiene un factor común: la importancia y rol social para las cortes europeas, sobre todo para reyes y príncipes, que definen a la danza como parte fundamental de la educación. En este sentido, saber bailar bien era un requisito indispensable, es más, una carta de presentación ante la corte.
En su ejercicio, los hombres mostraban sus virtudes, honor y la valentía. La mujer su modestia y discreción. Por eso es que podemos afirmar que en la danza cortesana, se presentaba la oportunidad del ser humano de expresar y dejar aflorar, lo más noble y bello de su persona:
El propósito de las danzas es alentar, incitar, fomentar y estimular a los bailarines a concentrarse en ellos y encantar, cautivar y prendar uno al otro en las posiciones del cuerpo que están siempre en relación a la pareja y los otros bailarines.1
En los tratados italianos del s. XV, los maestros establecieron los elementos que definen a un buen bailarín partiendo antes que nada por señalar que debe entender con el corazón firme lo que refleja la mente. Bajo esta lógica es que va a poder entender la misura, o sea, la inteligencia para adaptar los pasos a los distintos ritmos. La mayniera o el modo de adornar adecuadamente dando estilo. Aiere referido a la presencia airosa y dominio de la parte superior del cuerpo. Partire di terreno como el discernimiento para adaptar el movimiento al espacio. Movimento corpóreo entendido como el movimiento gracioso embellecido con todos los factores antes mencionados. Finalmente, la memoria para retener las coreografías.
En uno de los manuscritos más remotos denominado De Practica seu arte trupudi vulgare opusculum (1463), el maestro, Guglielmo el Ebreo da Pesaro, dejó de manifiesto la búsqueda del ser humano de la armonía con el universo y el cosmos:
Esta virtud de la danza es simplemente una manifestación externa de los movimientos del alma, que deben estar acordes con las perfectas consonancias métricas de esa armonía, que a través de nuestra audición, se mueven hacia abajo a nuestro intelecto y afectos con delicia, donde se genera entonces ciertas conmociones dulces que, como si reprimidas artificialmente, luchan denodadamente por escapar y mostrarse a sí mismas en la acción.2
Siglo XV
Hippolita
Sforza
de Italia
En los tratados del siglo XVI, se manifiesta de otra manera el propósito de la danza. En el famoso tratado la Orquesographie (1589) del clérigo francés Thoinot Arbeau, se ven reflejados los nuevos aires de emancipación, con un espíritu más desafiante y terrenal, ante la audiencia: pavonearse, en la majestuosa y solemne pavana o mostrar bizarría y valentía en las gallardas, virtudes claves para conquistar el corazón del ser amado:
...la danza es una especie de retórica muda, en la cual el orador, sin emitir una sola palabra, por medio de sus movimientos, puede transmitir a los espectadores que está alegre y que es digno de ser ponderado, amado y adorado. ¿No opináis que la danza constituye una forma de lenguaje que se expresa por medio de los pies del bailarín? ¿Acaso no manifiesta él tácitamente a su dueña…”¿no me amáis?¿No me deseáis?”…ella tiene la virtud de provocar en su amante ya ira, ya piedad y conmiseración; ya odio, ya amor.3
Además, sostendrá Arbeau a su discípulo Capriol:
...de modo que además de los diferentes méritos inherentes a la danza, ésta se ha convertido en algo esencial al bienestar de la sociedad.4
Siglo XVI
Reina
Isabel I de
Inglaterra
En el s. XVII, aunque la danza perteneció a uno de los escenarios más complejos en todo sentido, en el barroquismo no sólo de las formas sino también del ser humano, donde primaba la ostentación, el disfraz, la apariencia, la inconstancia, con un horror al vacío, sin embargo, la esencia del ser se mantenía y L´Abbé de Pure, expresará cómo a través del baile se producía la manera más perfecta de revelarse a la mirada de los demás, porque al bailar aflora el fondo del alma, así es como la sociedad barroca se puede descubrir en la más pura de sus manifestaciones:
“Dans la danse vous apparaissez tel que vou êtes.”5
Y como bien expresará el maestro inglés, John Weaver, la necesidad de contemplar, traslucir y exultar a través de la danza, la belleza de la creación:
Como todo arte es una imitación de la Naturaleza, ésta es una Imitación de la Naturaleza en su más alta Excelencia, …El Trabajo del Danzar es desplegar Belleza.6
Siglo XVII
Rey Luis
XIV
de Francia
Desde siempre, la búsqueda de Sara Vial de profundizar y ver la historia desde la mirada de la danza, fue en línea directa y limpia en relación al ser humano, para calar el misterio que lo envuelve y su propia historia, sin dejarse distraer por otros factores. Esta búsqueda, se plasmó en sus montajes siempre inspirados y acompañados en textos que transportaban al público a otra época. En 1997, para su última puesta en escena, Invitación a la danza, eligió a tres personajes de la corte de cada siglo, que aprendieron a bailar desde temprana edad y amaban la danza. En el programa escribió una cita que contaba brevemente la vida de cada uno desde su pasión por la danza. Éstos personajes son: Hyppolita Sforza (1445-1488), de Italia; Reina Isabel I (1533-1603), de Inglaterra; y Rey Luis XIV (1638-1715), de Francia. Parte del legado de Sara, ha sido esta mirada y la importancia de fundamentar las danzas en su contexto histórico.